Hypnos, como un arquitecto cualquiera, cayó rendido ante la jugosa propuesta de un famoso empresario quien le asignó la tarea de diseñar un espacio de recreo para los empleados.
La cancha de pádel, sería un oasis artificial, de hormigón y un espejismo de alegría, para las almas fatigadas por la rutina.
Sin embargo, a medida que trazaba líneas, una sombra fue creciendo: observaba como los gerentes disfrutaban de espacios reservados, ocultos a los ojos de los empleados.
Hypnos no quería trabajar con hipócritas, ni con nuevos ricos.
Anhelaba su libertad, su libre albedrío, para moverse como las nubes en las alturas.
Dejó de lado los lápices y los planos y partió en búsqueda de su destino.

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