El tren, una serpiente de metal, lo trajo hasta la ciudad, donde Hypnos se encontró en un laberinto de calles y casas.
Llegó a un barrio de techos altos, donde se cruzó con tres obreros de la construcción que lo observaban. Hypnos los saludó y les preguntó por su trabajo, pero sonrieron y uno dijo: -«encontrarás a alguien allá arriba«.
Hypnos subió corriendo las escaleras hasta llegar al dormitorio donde, bajo un acolchado, una mujer lo esperaba en silencio.
Al descubrir quien era, cayó rendido ante su belleza y la negrura de su cabello. Deslizaba sus dedos por su cabeza, sintiendo un profundo placer al hacerlo. Un calor lo invadió, una oleada de emociones lo confundía.
Sentía un amor tan intenso y puro, que lo hacía feliz, pero sabía que sería efímero, porque si se fundía en ella, él dejaría de ser quien era.

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