La caricia robada

La tienda de arte había cambiado.

La pared, antes cálida, se sentía fría.

Manuel, el artesano, había desaparecido, junto a sus virutas.

Sus obras, llenas de vida, ahora ignoradas y tapadas por el polvo.

Más allá Hypnos, se encontró en el medio una fiesta a la que no había sido invitado.

Regresaba y justo en la angosta puerta, se chocó con una mujer adulta, canosa, mayor que él, que entraba a la tienda.

La mano de Hypnos tocó el pecho de la mujer, fue un roce involuntario pero ella retuvo la mano de Hypnos, contra su pecho, mientras su cara se iluminaba con una sonrisa.

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