La espada de luz

El Circo romano vibraba bajo el rugido de la multitud, que aclamaba al César,  figura central del multitudinario espectáculo.

Hypnos, el general elegido por el Emperador, se había ganado su confianza.

Entonces, envuelto en la efervescencia de la muchedumbre, se acercó al César, levantó su espada y gritó, con todas sus fuerzas: «Hasta la victoria !«.

El pueblo, sediento de sangre, aclamó: «¡ VIVA Cesar!».

Los jefes de ambos ejércitos se preparon para la batalla. Sólo ellos participarían.

El Emperador, junto a Hypnos, montaban el carro de combate, de color dorado, tirado por dos caballos blancos, dotados de fuerzas celestiales.

El andar victorioso del César, era aclamado por las multitudes.

En el otro extremo, el carro negro del general enemigo, tirado por corceles negros, avanzaba velozmente a su encuentro.

Cuando se encontraron, Hypnos, como si estuviera en un trance dionisíaco, insertó su reluciente espada de luz, en el pecho del jefe enemigo.

El golpe fue certero, firme y definitivo.

La multitud enardecida, celebraba la victoria.

Hypnos, saludó al César y frente a la muchedumbre, levantó su espada ondulada, que no tenía vestigios de sangre.

Luego, la clavó en la tierra conquistada, en un acto definitivo, dado que nadie podría desenterrarla.

 

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