Yacía en una nube, acariciando los rubios cabellos de una estrella de Hollywood, un ser angelical, que respondía a sus caricias con dulce mirada.
Hypnos imaginaba que la eternidad sería así: una calma infinita, la unión eterna, de dos almas.
De pronto, la sombra que surgió tras ella lo devolvió a la realidad. Apareció una mujer rubia, rechoncha, con sus cabellos recogidos en dos ridículas trenzas. Se acercó a la estrella y le susurró algo al oído y de inmediato se marcharon sin decir palabra.
Hypnos, congelado en su soledad, observaba cómo se alejaban.
La eternidad soñada, ahora sólo un sueño.

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