Hypnos, con el bebé en sus brazos, miraba a Helena, quien vestida de blanco y abriendo la puerta, decía: -«me voy a una reunión«, como si fuera un mensaje de despedida.
El desagrado de Hypnos, se extendió por todo su cuerpo quien respondió: -«No me parece«.
Ella insistió diciendo: -«me tengo que ir» , construyendo con sus palabras un muro impenetrable.
Impulsado por su malestar, Hypnos concluyó: -«sería mejor que nos separemos y que cada uno viva en su propia casa«.
Sus palabras fueron escuchadas como si fueran un veredicto inapelable y Helena desapareció.
Ahora Hypnos no estaba solo, porque allí en el subsuelo de un edificio enorme, había un grupo de personas conversando. Una escalera de varios metros de alto, pegada a la pared, terminaba en lo alto, sin proporcionar salida. La otra pared, construida con aberturas triangulares, en lugar de dar paso a la luz, sólo cubría un espacio más profundo, oscuro y húmedo.
Encerrado en ese lugar de decisiones no tomadas y de palabras no dichas, comprendió que debía cambiar y se preguntó: «¿seré capaz de hacerlo?«.
El bebé, era a su vez una carga y un estímulo; una responsabilidad que lo podía impulsar hacia un nuevo mundo.

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