Durante años fue el celoso guardián de aquel viejo castillo, del mástil alto, sin que ondeara bandera alguna. Había prometido defenderlo hasta perder la vida, por eso su existencia transcurría de guardia en guardia, esperando la llegada de los invasores; lo que cada tanto ocurría.
Ese día ellos habían llegado y arremetían contra una ventana a los fuertes golpes, que la ventana resistía tenazmente.
Hypnos impávido vio y reconoció a Álvaro, su amigo de la adolescencia que apareció por la rampa y permitió su entrada. Álvaro caminó sonriendo, con calma y una sonrisa en su cara, indiferente al estruendo reinante. Se acercó a Hypnos y después de abrazarlo, le puso una escarapela en la solapa de su abrigo. Entonces, se desató la invasión. Los invasores, irrumpieron por la ventana, aullando como lobos hambrientos. En pocos minutos, la suerte de la pelea estaba echada, había un herido que perdió un ojo y como la superioridad era abrumadora, Hypnos corrió hacia el mástil y se rindió, con una bandera blanca.
Los intrusos liberaron a todos los defensores, incluyendo a Hypnos, reconociendo que la pelea había sido limpia y digna.
Recuperó su libertad Hypnos, pero no su alegría. La traición que había sufrido, tras el noble símbolo de la escarapela, le pesaba más que la derrota sufrida.
Hubiera preferido mil veces, luchar contra enemigos declarados, que contra un amigo que lo traicionara.

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