Palabras que no serán leídas

El Jefe los llamó uno a uno, a su oficina y les repartió una etiqueta con la tarea asignada, como si el orden fuera lo más importante del mundo.

Hypnos, era el empleado sobresaliente, el más confiable. Así lo tenía decidido el Jefe. Las etiquetas repartidas, una vez cumplidas, debían ser pegadas en los brazos de la lámpara de hierro.

Más tarde, el Jefe quiso ordenar una nueva tarea, pero no encontraba su máquina de escribir. Todos rieron, menos Hypnos, que en silencio comprendió la gravedad de la situación y como siempre ocurría, se puso a buscar en cajones, en armarios y en los rincones más remotos de la oficina, pero la máquina de escribir del Jefe no apareció.

Entonces Hypnos se pregunto: -¿Una máquina para escribir palabras que no serán leídas?

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