Una luz blanca iluminó su camino

Hypnos con el papel en la mano, que contenía explícitas instrucciones, esperaba al Presidente. No habría palabras, ni saludos; todo estaría dispuesto según la rutina, que no admitía margen para el error.

El perro emitió un suave ladrido, mientras Hypnos lo mantenía con su correa, indicándole que quería salir.

El lo sacó a pasear al jardín de la oficina, pero al rato tuvo una premonición que lo hizo regresar.

Efectivamente, dentro de la oficina, llena de teléfonos y pantallas, el caos había estallado.

El Guardia y el Secretario estaban trenzados en una inexplicable lucha y el orden había desaparecido.

El Secretario, alguna vez un halcón temido e implacable, además psicópata no declarado, era ahora víctima de una fuerza que lo superaba. El golpe que había recibido lo tiró al suelo, tal vez sin regreso.

El Presidente no había llegado y en su ausencia, la estructura se cayó a pedazos.

Hypnos, testigo de ese acto de justicia tardía, presentía que el cambio sería beneficioso.

Una luz blanca, de esperanza, iluminó su camino.

 

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